8/12/09

6. El filón de la España Negra: el punto sin retorno de "Las señoritas de Aviñón"




¡La pintura ha muerto. Viva la pintura!

Es posible que sea Picasso el que -o uno de los que- mejor encarne la total anulación de la pintura académica, esa que su padre le había enseñado con tanto éxito y la misma que reinaba en los Salones de París en manos de unos cuantos tiranos del arte oficial. En los mismos años en los que en otros lugares de Europa los artistas se preguntarían sobre la función del arte y los artistas en la sociedad -como en la Bauhaus- o sobre las relaciones entre realidad y ficción en la representación de las mal llamadas "bellas artes", los españoles se unirían a círculos artísticos fuera de España en los que participarán como protagonistas en la renovación del espíritu del arte.

Y no puede ser casualidad que Picasso, Julio González, más tarde Miró o el propio Dalí, por citar a los más conocidos, lideren aquellos movimientos que están dinamitando las bases de la sociedad a través de su arte. Cualquiera podría pensar que ya tenían recorrido el "camino" de la decepción de lo propio, de la tierra, de las raices y de los orígenes. Ya sea relacionado con el país, con la política o con el arte, el sentimiento es el mismo: no hay salida. Sólo queda desechar -incluso violentamente- lo anterior para, sobre esas cenizas, hacer resurgir un arte -o una política, una patria, una tierra- nuevo, aparentemente sin relación con el pasado, basado en principios totalmente ajenos a todo lo hasta entonces conocido. De ahí el espectacular rechazo y simultánea atracción que produjo "las señoritas de Aviñón" en tanto propios como ajenos.

Después de múltiples elucubraciones, parece seguro que las famosas "señoritas de Aviñón" eran prostitutas de un burdel en la calle Avignó de Barcelona. Sin embargo, no se trata de ningún desnudo al uso, ni retrato costumbrista, o incluso intimista, como eran los de las mismas mujeres de la "Rue des Moulins" del tan admirado por Picasso Toulouse-Lautrec. Son mujeres que posan como espectros, con una presencia casi agresiva que nada tiene que ver con ser objetos carnales. Mujeres acompañadas por una naturaleza muerta -¿un tributo a Manet o un paralelismo entre carne y "carne"?- en un espacio delimitado por cortinas. Féminas que obviamente, y a pesar de lo anterior, se exhiben.

Sus cuerpos no son acogedores, quizá porque en lugar de curvados son angulosos. Junto con la falta de realismo de su anatomía, ya que no se podría afirmar que estén desproporcionadas, las posturas imposibles y los rostros de grandes ojos o colores antinaturales, el conjunto es el resultado de un estudio sobre un mismo tema, el desnudo, desde distintos puntos de vista. Lejos de un acercamiento anatómico y realista insertado en una perspectiva tradicional, lo que tenemos es un complejo análisis de la ubicación relativa de los elementos en el espacio así como de las relaciones de fuerza que entre los objetos se crean según estén colocados. De ahí que la forma sea más importante que el color, de ahí que las figuras estén marcadas por líneas y planos de una misma gama cromática y no por volúmenes moldeados a golpe de luz y sombra. De ahí que se considere "pre-cubista".

También se ha hablado mucho de la influencia del arte africano en estas obras y otras que la siguieron. Los más eruditos prefieren generalizar aludiendo al "primitivismo". Que Picasso ya hubiera visto mucho o poco arte africano quizá no sea lo importante. Debiera parecernos, cuando menos, elocuente, que un artista de formación clásica y tradicional, rompa de manera tan brutal con su pasado -y con su padre para los que gusten del psicoanálisis- para concentrarse en unas formas que, más que primitivas, son elementales, básicas, y por ahí mismo, tan contundentes como las de las cuevas prehistóricas o las de, por no ir tan lejos en el tiempo, las pinturas románicas, con las que se establece un diálogo directo en el que toda la sofisticación del arte del Renacimiento y posterior no es sino un obstáculo para la verdadera expresión.

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